domingo, 2 de octubre de 2011

El "Alexander" de O. Stone

Paul Cartledge & Fiona Rose Greenland (editores):
Responses to Oliver Stone’s Alexander. Film,
History, and Cultural Studies.
The University of Wisconsin Press,
Madison, 2010, 370 pp.






Los clasicistas tal vez lo deploren; mas el hecho es que el conocimiento que la gran mayoría de los contemporáneos tiene del mundo clásico proviene del cine. Asimismo el cine es la gran fuente de los mitos de nuestros días; si se trata de mitos “auténticos”, en el sentido de Walter Otto, o no, es otra cosa. No debería extrañarnos, pues, que una figura como la de Alejandro Magno, protagonista del mito y de la historia a través de los siglos, sea recreada por el cine; ni que se trate ahora del discutido Alexander de Oliver Stone (2004), que seguramente marcará época en este dominio. Por lo mismo, los especialistas del mundo clásico tienen el derecho y el deber de decir algo sobre esta película.


Así lo hacen los autores congregados por Cartledge y Greenland en Responses: historiadores, arqueólogos o especialistas en distintos aspectos de la cultura clásica; algunos de ellos con una orientación especial hacia los estudios de cine, o con experiencia en la asesoría histórica de obras de cine y televisión y, desde luego, en la misma cinta de Stone. Incluso el principal asesor del cineasta, Robin Lane Fox, autor de un notable Alexander the Great (1973), pudo representar a un comandante de caballería en las batallas de la película (el sueño de un historiador, de alguna manera). Mas si estos autores “responden” en cierto sentido a la obra fílmica de Stone, no pretenden “corregirla”, como a una obra y a un género que –como era de esperar- se toman sus libertades con la historia. Por el contrario, la mayoría de los colaboradores de Responses trata con deferencia al outsider que ha invadido su terreno: Clío no sabría ser altanera ante su exitosa hermana
menor. Otros aspectos pueden interesar además a estos colaboradores: porqué Alexander no fue el éxito de taquilla que se esperaba; o si tales o cuales rasgos de la cinta se ajustan a lo que el público espera de un film “épico”, o si fue convincente la interpretación de los actores principales (Colin Farrell y Angelina Jolie). Por cierto, en la revista que sigue nos ocuparán más bien los comentarios históricos a la cinta en cuestión.


El principal problema en la interpretación histórica de Alejandro reside en que las fuentes con que contamos fueron escritas tres o más siglos después de su muerte. El historiador nunca está plenamente seguro cuando separa una tradición auténtica de una anécdota apócrifa –que refleja lo que épocas posteriores pensaban acerca del rey. Otras cuestiones tienen que ver con el presente de cada interpretación; así con las que suscita el film comentado. Entre ellas, en primer lugar, la cuestión de la sexualidad de Alejandro. Sin duda, un síntoma de nuestra época. Otra, la de la etnicidad, que remite a la moderna cuestión entre griegos y macedonios eslavos. Y, ¿fue Alejandro un imperialista occidental, al estilo de George W. Bush (más de una vez recordado en este libro), o fue un soñador en la unidad de la humanidad, globalizador avant la lettre? Veamos con más detalle qué dicen nuestros autores.


En “Alexander and Ancient Greek Sexuality. Some Theoretical Considerations”, Marilyn B. Skinner aborda un tema que resulta central en la interpretación de Stone. Primero, nos recuerda que, en la época clásica griega, y específicamente en Atenas, la relación sexual era una cuestión jerárquica. El ciudadano varón era (o debía ser) siempre “activo” y físicamente “inviolable” (o mejor, “impenetrable”): la “pasividad” era característica de un status inferior, el caso de mujeres, niños y esclavos. La prostitución masculina era infamante (por lo menos –tratándose de ciudadanos-, inhabilitante para el ejercicio de cargos cívicos) y el afeminado (kinaidos) era objeto de desprecio o burla. La paiderastía, si bien tenía un componente sexual, estaba en cierto modo ritualizada y era en la práctica –dice Skinner- una relación de clase (entre pares aristócratas; no tan bien vista entre el común del dêmos). En cualquier caso, el joven erómenos, llegado a la mayoría de edad, estaba obligado a comportarse como ciudadano, casándose con mujer ciudadana y engendrando hijos ciudadanos (y, eventualmente, siendo el erastés de otros jóvenes). En este contexto, el lejano mundo homérico proporcionaba un modelo de relación pederástica, la de Aquiles y Patroclo en la Ilíada. Pero, aparte de que ambos son específicamente heterosexuales en el poema (cosa que la autora olvida mencionar), los roles respectivos no resultaban claros a los intérpretes en la época clásica (¿cuál de los dos era el erastés?). Esa incertidumbre, observa Skinner, indica que los griegos de esa época “were imposing a pattern familiar to them upon a text ignorant of it”.


Pues bien, si Stone ve la relación entre Alejandro y Hefestión como un vínculo homosexual “moderno”, la misma no se ajusta al modelo pederástico griego (principalmente, porque las partes eran de una misma edad). Pero tampoco hay algún biógrafo antiguo de Alejandro que sugiera que entre ambos hubiera una relación “amorosa”. En cambio, algunos de esos biógrafos hablan abiertamente de su relación con el eunuco Bagoas. En este caso (“whether the story is historically true or not”, dice Skinner), lo que se quiere pintar es el estereotipo de un tirano dominado por sus pasiones. Digamos que el punto no era el sexo, sino la licencia en que incurren los tiranos y la influencia que permiten a los “inferiores”. Por el contrario, todas esas fuentes concuerdan en que, en general, Alejandro era autocontrolado con respecto a sus apetitos y pasiones, especialmente en relación con el sexo. Ello es, concluye la autora, para un público contemporáneo, el aspecto más difícil de entender de la sexualidad del rey de Macedonia.


Un tema relacionado al anterior es el de Elizabeth D. Carney: “Olympias and Oliver. Sex, Sexual Stereotyping, and Women in Oliver Stone’s Alexander”. Stone, nos dice, pone la relación entre Alejandro y su madre en el centro de la película, pero su descripción de esa relación es inconvincente y confusa. No se trata sólo del prisma abiertamente freudiano con el que el director la entiende (como también, la de Alejandro y Roxana; el film sugiere que Alejandro “vio” a su madre en Roxana). Sino de la desvalorización del papel político que desempeñó Olympias –antes, durante y después de las campañas de su hijo. Pues viejos estereotipos sexuales acerca de la mujer siguen vigentes, señala la autora. La madre de Alejandro sólo puede ser entendida en el mundo de una cultura intensamente competitiva, como era la griega, y especialmente en el contexto de una corte en que el rey practicaba la poligamia y no había normas sucesorias claras. Ni el matrimonio con Filipo era del tipo del matrimonio burgués moderno, ni Olympias estaría especialmente celosa de la última esposa de Filipo, cuando éste conservaba las anteriores. La cuestión era quién sería el heredero del trono. “(The) Philip’s objections to Olympias and hers to him were political and centered on the issue of the succession”. Lo mismo se aplica a las relaciones entre Alejandro y su padre. Como lo ponía Peter Green en
su biografía del conquistador, en este caso más vale recurrir como mentor a Adler que a Freud.


Jeanne Reames, en “The Cult of Hephaestion”, no trata, como podría creerse, de si Alejandro dispuso o no un culto heroico en honor de su amigo y colaborador. Sino, más bien, de la extraña popularidad de que, en ciertos círculos, goza hoy Hefestión. Según la autora, todo indica que esos “fans” lo admiran por ser una figura “romántica” y no militar. Lo que viene a concordar con la tendencia en la historiografía moderna de mirar en menos a Hefestión: diversos autores parecen dar por supuesto que, si alcanzó altos puestos, como el de khiliarkhos, equivalente del persa hazarapatish, fue únicamente por el favor de Alejandro. Sin embargo, del estudio de la carrera de Hefestión, como aparece en las fuentes, resulta que a éste Alejandro encomendó preferentemente misiones que tenían que ver con diplomacia, logística o fundación de ciudades. La conclusión es que fue así porque Hefestión demostró habilidad en ese terreno –un terreno a menudo descuidado en una tradición histórica que pone el énfasis en las hazañas en el campo de batalla (además, habría que decir que, de los ejércitos del mundo, el de Alejandro fue probablemente aquel en que menos los ascensos se debieron al favor o a la influencia. La supervivencia estaba en juego). Ello es congruente con el nombramiento de Hefestión como quiliarca, encargado de la seguridad, del protocolo de la corte y de la cancillería del imperio. Hefestión aparece así como el hombre más importante en la corte de Alejandro, una importancia que no se refleja en el tratamiento que ha recibido tanto de la historiografía como del cine –concluye Reames.



“Oliver Stone, Alexander, and the Unity of Mankind”, es la contribución de Thomas Harrison y el tópico es, seguramente, uno de los más candentes suscitados por la película. El Alejandro cinematográfico asegura que, en el mundo por él conquistado, Asia y Europa se unificarán, las poblaciones se mezclarán y viajarán libremente; civilización y libertad, en suma, es su aporte a ese mundo. Un Alejandro idealista y revolucionario; así lo defienden tanto Stone como su asesor, Lane Fox. Mientras propósitos declarados semejantes han sido los de más de una guerra imperialista moderna, y “libertad y comercio” resuenan muy actuales en el siglo XXI, en lo que atañe a Alejandro la visión idealista deriva ciertamente de W.W. Tarn (Alexander the Great, 1948; y cf. su contribución en la primera edición de la Cambridge Ancient History, 1925). Una visión tal ya no goza de mucho crédito entre los historiadores; cuando algo semejante se encuentra en las fuentes antiguas, se suele atribuir a contaminación de ideas estoicas o quizás de la ideología imperial romana. Sin embargo, aquí Harrison pone en juego nuevas posibilidades. Cuando Alejandro aparece brindando por la homonoia y koinonía de persas y macedonios, esas ideas eran contemporáneas, sí, pero lejos de ser revolucionarias, derivaban en gran parte de la ideología real persa. Así, la descripción de Arriano de la ordenación de los puestos en el banquete de Opis –Alejandro en el centro, los macedonios alrededor de él, luego los persas y después otros pueblos- parece reflejar la noción de que los pueblos del imperio se disponen en círculos concéntricos alrededor del pueblo dominante, los persas (cf. Heródoto 1.134). Las inscripciones persas proporcionan otros precedentes.


La visión del harem de Darío en la película depende de la vieja visión “orientalista” de Occidente, dice Lloyd Llewellyn-Jones en “Help me, Aphrodite!. Depicting the Royal Women of Persia in Alexander”. Hay, en efecto, una visión del Oriente (todas las culturas confundidas, pero especialmente el Cercano Oriente) que proviene de las primeras traducciones de las Mil y Una noches, en el siglo XVIII, y de las pinturas de Alma-Tadema y de Ingrès en el XIX. La noción de “harem” como el equivalente práctico de un burdel, a disposición de un solo señor, ha estimulado la fantasía masculina occidental, y así se entiende, en la película, que uno de los Compañeros lance un “¡Ayúdame, Afrodita!”, a la vista de tantas bellezas asequibles. Un concepto más adecuado sería “inner court”, “corte interior”, no necesariamente un lugar físico en un palacio (porque podía ser itinerante, como muchas cortes antiguas), y que comprendía el conjunto de mujeres, comprendiendo la madre del soberano y otras mujeres viejas, los niños, esclavos, etc. Hay una interesante discusión en el texto del autor sobre si realmente existía un “harem” (como los griegos lo entendieron) en la corte persa; se impone la afirmativa, por el paralelo con otras sociedades orientales, y especialmente con el imperio otomano. Alexander, en lugar de entender el significado político de esta “corte interior” (de ahí la importancia de su captura por Alejandro después de Issos), prefirió rendir tributo a la imagen estereotipada.



Aunque no tienen relación directa con los estudios clásicos, es interesante detenerse en otras contribuciones. Verity Platt, en “Viewing the Past. Cinematic Exegesis in the Caverns of Macedon”, sostiene que los episodios más innovadores en el film de Stone son los que exploran las motivaciones psicológicas de Alejandro. Especialmente aquel –reconocidamente ficticio- en que Filipo muestra a su joven hijo las imágenes míticas pintadas en los subterráneos de Pella: se trata de los arquetipos –Aquiles, Edipo, Prometeo- (más o menos freudianamente entendidos) que obrarían en la vida de Alejandro. Aquí, Alejandro no sólo es observado por el espectador; también él observa; porque, como apunta Platt, en el corpus cinematográfico de Stone se nos recuerda permanentemente tanto el poder como la subjetividad (su destacado) de lo visual. Y pone de relieve (brillantemente) los “guiños” de Alexander a otras obras fílmicas, Citizen Kane, desde luego, pero también Le Mépris, de Jean-Luc Godard, y Fellini-Satyricon.


Los autores que primero se presentan en la ordenación de este volumen, Joanna Paul (“Oliver Stone’s Alexander and the Cinematic Epic Tradition”) y Jon Solomon (“The Popular Reception of Alexander”), declaran que no pretenden defender la obra de Stone de sus numerosos críticos, mas dejan la impresión de que eso es, precisamente, lo que hicieron. Con todo, un buen argumento a propósito de la “historicidad” de la versión es el de Paul: que Stone “dramatiza” un elemento clave en la relación del mundo moderno con la Antigüedad: la dificultad de descubrir la verdad bajo los estratos acumulados de “recepción” a través de los siglos. Ello vale, en general, para el trabajo del historiador. O como lo pone Solomon: un director y guionista experimentado, como Stone, desarrolla la misma habilidad en que consiste la disciplina histórica, tal como la definen los propios historiadores: buscar “sophisticated approaches to various kinds of historical evidence”. Bien, puede ser; aunque no exactamente la misma habilidad, diríamos nosotros.



Robin Lane Fox se ocupa de “Alexander on Stage: a Critical Appraisal of Rattigan’s Adventure Story” y Kim Shahabudin, de “The Appearance of History: Robert Rossen’s Alexander the Great”. Tenemos que ver aquí con los predecesores del Alexander de Stone, uno en el teatro y otro en el cine (éste, con Richard Burton en el papel protagónico); prácticamente los únicos en el arte de la representación, con excepción de una serie televisiva (y de algunas obras de la época barroca). Se comprende la dificultad. Se trata de la recreación de un personaje que, aunque no fuera el tema de un Sófocles o de un Shakespeare, no ha sido menos mitopoiético ni ha dejado de influir en la visión de la posteridad. Por su parte, Monica Silveira Cyrino se ocupa de los problemas del actor principal en“Fortune Favors the Blond. Colin Farrell in Alexander”.


Cierra la compilación John F. Cherry, con “Blockbuster! Museum Responses to Alexander the Great”. Se llamó “blockbuster” un tipo de bomba usado en la II Guerra Mundial, especialmente destructivo, para luego aplicarse el nombre a un film de éxito arrollador y, también, a las exposiciones museográficas que atraen un público masivo, nos informa este autor. Se trata de las exposiciones sobre el tema de Alejandro, de Thessaloniki a Japón y Uzbekistán, pasando, desde luego, por Nueva York.


Finalmente, la obra da la palabra al propio Stone; un tanto sorprendentemente, ya que no se hubiera esperado que en un cónclave de especialistas interviniera un profano. Mas Clío debe respeto a su hermana menor, como ya se observó. El cineasta defiende bastante bien sus puntos de vista; algunos de sus juicios trasuntan el mejor sentido común: “Important as gender may be, is it the determinant motive of history?” –“I sometimes feel professional historians… expect too much from their leaders –requiring them to act from abstract principles in a harsh world full of chaos”. Defendiendo su interpretación, Stone piensa que, si Alejandro hubiera vivido, hubiera generado un mundo globalizado como el de hoy, pero “with one world government” (destacado suyo) –la perspectiva evidentemente lo entusiasma. Pero también defiende los derechos del dramaturgo. Al cabo, como muchos que han tratado con esta figura, Stone sucumbe a su fascinación: si Alejandro nos deja con más preguntas que respuestas, las suyas son preguntas que vale la pena hacerse –“and his achievements (are) glorious ideals to live by”. Así sea.


En la introducción a Responses, los editores se felicitan por la discusión que suscitó la película de Stone. La obra comentada prolonga y ahonda esa discusión; todas las contribuciones, cada una a su modo, son de real interés. Reconociendo la libertad del artista para recrear un personaje o una época, es importante que el público culto conozca los límites objetivos de esa recreación; al menos, desde el punto de vista de lo que efectivamente sabemos. Y aunque las interpretaciones aquí sustentadas no lograrán el acuerdo de todos los especialistas, nada será más normal, pues se trata de un tema –Alejandro- que no ha dejado de ser objeto de controversia desde la misma Antigüedad. En cuanto a las interpretaciones reduccionistas, ya Hegel respondió para los siglos: si nadie es héroe para su ayuda de cámara, no es porque no haya héroes, sino porque el otro es un ayuda de cámara.


Publicada en la revista Limes (Centro de Estudios Clásicos de la Universidad Metropolitanade Ciencias de la Educación, Santiago), N° 23/2010, pp. 173-178.

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